Hace unos meses hablaba en este blog (y muchos tuvisteis la paciencia de leerlo: vaya por delante mi más sincero agradecimiento) del complejo marco ideológico en el que se mueven los partidos políticos (no solo) españoles, con dos vectores (economía y sociedad) determinando sus posicionamientos estratégicos. En esencia, y dejando a un lado la (cada vez más trascendental) cuestión territorial, el posicionamiento de los partidos españoles en esa matriz seguía un esquema como este:
Cuadro 1. Posicionamiento tradicional de los partidos políticos en España
Con el cuadrante conservador-intervencionista vacío en España (pero emergente, por ejemplo, en Francia, con el “Frente nacional”), la lucha tradicional en España se centraba en el cuadrante 3, donde los votantes en duda podían decantarse por PSOE o PP en función de la coyuntura socio-política y la percepción de los partidos: en momentos económicamente estables, primaba el componente “progresista”, mientras que ante situaciones más complicadas, el electorado español parecía apostar por soluciones liberales. El bipartidismo confiaba en preservar en todo caso sus cuadrantes originales (el 1 y el 4, respectivamente) y se apoyaba en los partidos nacionalistas (flexibles a nivel ideológico socio-económico, cada vez más radicales en la “cuestión territorial”) para alcanzar la mayoría absoluta, pues vivía instalada en una dinámica de confrontación.
La irrupción de Podemos y Ciudadanos, le hizo un roto principalmente al PSOE, pues puso en peligro, en el primer caso, su dominio del cuadrante 1, y en el segundo, su ambición de conquistar el espacio central del cuadrante 3. Con todo, era evidente la existencia de “vasos comunicantes” entre el PSOE y ambos partidos, que Sánchez quiso materializar a través de su infructuoso “pacto transversal” de 2016. Su sorprendente llegada al poder a través de la moción de censura de 2018 planteó un nuevo escenario cuyas consecuencias me aventuré a predecir en el artículo de julio.
En ese sentido, aposté por que Podemos moderaría (principalmente) su discurso económico, el PSOE aprovecharía para anular al primero consolidando desde el poder su recuperada hegemonía en la izquierda, Ciudadanos procuraría recuperar sus señas de identidad progresistas para contrarrestar las acusaciones de un excesivo escoramiento hacia la derecha, y el PP, por el contrario, lucharía por reconquistar las esencias conservadoras (más que liberales) ante el empuje de VOX.
Los primeros meses del Gobierno Sánchez produjeron, en efecto, movimientos tácticos en esa dirección, pero 4 acontecimientos o fenómenos de relevancia nos han conducido a un marco de decisión muy distinto al tradicional que se ha expuesto más arriba:
- El escaso margen de maniobra político del Gobierno, maniatado por su necesidad de apoyarse en los partidos nacionalistas para convalidar sus decretos-leyes y sacar adelante sus iniciativas legislativas, abocó al fracaso a la propuesta de Presupuestos y relegó a un segundo plano el debate socio-económico, para volver a centrar la discusión en el desafío independentista. La quizá bienintencionada, pero estratégicamente muy desafortunada ocurrencia del “relator”, evidenció hasta qué punto todo giraba de nuevo en torno a la aquiescencia de los partidos catalanes, incluso para la aprobación de las medidas sociales. El desarrollo del juicio del “procés” y el recobrado protagonismo de Puigdemont de cara a las elecciones europeas obstaculizan la política de “desinflamación” perseguida por el Gobierno.
- El percibido como “modo de hacer sanchista”, desde lo más anecdótico (vuelos en el Falcon, “autobombo” mediático, tendencia a constantes “giras internacionales”, publicación de una engolada autobiografía política aparentemente redactada por Irene Lozano) a apreciaciones más sustanciales (el recurso constante al decreto-ley, y ahora, a la Diputación Permanente; la escasa comparecencia ante los medios, los escándalos que han afectado a varios ministros) ha sido hábilmente explotado por la oposición para dibujar un perfil de “peligro mesiánico” y métodos poco democráticos que Sánchez no ha logrado anular (ni en buena parte de su electorado potencial). La imagen del “sanchismo” se ha visto así seriamente dañada.
- La creciente popularidad de VOX y su éxito fulgurante en las elecciones andaluzas, donde fue clave para la formación de gobierno, le brindaron un altavoz perfecto para sus provocadores (y objetivamente radicales) posicionamientos en asuntos como la violencia de género o la gestión del conflicto territorial. No obstante, estos posicionamientos “desacomplejados” (sic) le han hecho arañar votos tanto al PP como a Ciudadanos, afectados, respectivamente, por el desgaste institucional (y el liderazgo aún poco sólido de Casado) y los preocupantes indicios de desgaste (o inmadurez) interna, con el “pucherazo” castellanoleonés como suceso sintomático.
- Podemos acusa los efectos de una sucesión catastrófica de malas noticas: tras el cuestionamiento al liderazgo pablista por el escándalo (no tan menor) del chalet en Galapagar, vino la “espantada” de Errejón a la plataforma de Carmena y la decisión de los movimientos periféricos de no repetir alianza automática con Podemos. El partido se desangra mientras el PSOE, que gracias a sus escasas pero efectistas medidas desde el Gobierno (subida del SMI, permiso de paternidad ampliado, compromiso feminista en la composición del Consejo de Ministros) ha recuperado cierto pedigrí “de izquierdas”, vuelve a invocar con éxito el “voto útil” para frenar a la “derecha de Colón”.
Y mientras el PSOE vuelve a agrupar el voto de izquierdas (por lo menos, de cara a las elecciones Generales), el PP sufre en sus carnes lo que el PSOE ya experimentó hace 3 años: unos pronósticos electorales históricamente bajos debido a las fugas sufridas a VOX y Ciudadanos. No obstante, si algo nos ha enseñado esta era multipartidista es que lo importante es sumar, y que algunas divisiones multiplican.
Al PSOE de poco le sirve liderar la carrera a costa de (re)absorber a muchos votantes de PODEMOS si, al mismo tiempo, sigue perdiendo otros a la abstención o a Ciudadanos por su flanco derecho y, por tanto, mantiene su dependencia de los partidos nacionalistas para alcanzar la mayoría (si la alcanza).
Por el contrario, al PP puede saberle muy dulce la derrota si, como ha ocurrido en Andalucía, la suma con Ciudadanos y VOX le permite llegar al Gobierno ya que, precisamente, con Ciudadanos está captando antiguos votos socialistas y VOX moviliza a votantes que habían ido a la abstención en las últimas convocatorias, quizá desengañados por la tecnocracia poco ideologizada de Rajoy.
Este escenario no tan desfavorable a los intereses del PP (que, paradójicamente, podría recuperar el Gobierno con sus peores resultados históricos, como le ocurrió al PSOE a nivel autonómico y luego nacional) se hizo realidad en las elecciones andaluzas, pero es más improbable a nivel nacional por las consecuencias de la Ley d´Hont, muy relacionada con el reparto territorial de escaños. Así como la circunscripción electoral más pequeña para el parlamento Andaluz aportaba 11 escaños (cifra suficientemente amplia para facilitar la representación a todos los partidos), en las elecciones generales hay provincias (principalmente en las dos Castillas) que solo aportan 2 escaños, lo que favorece a los partidos grandes (sobre todo al que llegue en cabeza) y reduce las opciones de los partidos pequeños, condenándoles a “desperdiciar” todo esos votos. No es de extrañar que Pablo Casado llame ahora al “voto útil” de los electores de derechas.
En cualquier caso, lo que está claro es que la matriz socio-económica clásica de elección electoral ha dado paso a otro marco en el que los ciudadanos querrán pronunciarse principalmente sobre su mayor o menor aversión al “sanchismo” y sobre su posición respecto al “conflicto catalán” y las estrategias contrapuestas de acercarse al mismo (el diálogo o la severidad). La nueva matriz quedaría así:
Cuadro 2. Reposicionamiento actual de los partidos políticos en España
Como puede observarse, se han conformado dos bloques igualados pero antagónicos entre los que parecen haber desaparecido puentes y “vasos comunicantes”: Ciudadanos ha rechazado oficialmente un posible paco con Sánchez, guiado al parecer por encuestas internas que les revelaban un rechazo mayor al socialista que a Abascal por parte de sus electores.
Esta estrategia no parece desde luego la mejor para promover la deseada distensión política o para facilitar la gobernabilidad del país, habida cuenta de que, si Cs (decidida a disputarle a PP la hegemonía del “bloque de derechas”) efectivamente rompe cualquier relación con el PSOE, este último se vería nuevamente abocado a pactar con los independentistas, que se lo pondrán quizás más difícil que nunca.
El partido de Sánchez quiere escapar de lo que parece un referéndum sobre su gestión en los últimos 9 meses blandiendo el fantasma del bloque “trifachito de Colón” (en especial, VOX) y, en cierto modo, buscando recuperar el marco de debate socio-económico de la primera matriz, que les permitía posicionarse en una situación de mayor centralidad. ¿Lo conseguirán? Todo puede ocurrir en este mes y medio que falta hasta las elecciones. Estaremos atentos.